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Las cosas por su nombre

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El príncipe azul

La Junta de Control Fiscal viene a acabar con el abuso de los políticos. A meter presos a los corruptos. A eliminar los contratos de los amigos del alma. A suprimir municipios. A arreglar el déficit y las carreteras. A revocar las becas otorgadas por amiguismo. A hacer que las lanchas de Vieques y Culebra no se dañen. A llevar el tren urbano hasta Cayey. A lograr que los niños mejoren sus notas. A curar el zika, la diabetes y el reumatismo. A hacer que llueva café en el campo, pa’ que en Barranquitas, no se sufra tanto.

Viene a más. Un lector le escribió recientemente a este periodista quejándose de las noticias y titulares parcializados que, según él, se publican aquí. “Cuando venga la junta”, decía, “va a acabar con eso”.

Para buena parte de la población, la Junta de Control Fiscal convertirá a Puerto Rico en el mítico Shangri-La, el utópico paraíso terrenal imaginado por el escritor británico James Hilton en su famosa novela ‘Horizonte perdido’. La idea de un organismo que como por efecto de un sortilegio resolverá todos nuestros problemas tiene al país representando el rol de la princesa solitaria que, con semblante hierático, espera en lo más alto de la torre de un lúgubre castillo a un príncipe azul que, tras disponer heroicamente de dragones y minotauros, va a rescatarla y llevarla a la tierra del siempre-jamás, donde serán felices por los siglos de los siglos.

Mas hay un problema. Uno solo. Y no es pequeño: nadie sabe en realidad cuáles son los planes de la mentada junta.

Ni en las 121 páginas del proyecto, ni en las horas de discusión que le han dedicado sus promotores en el Congreso, se ha dicho, ni siquiera susurrado, una palabra al respecto. Se sabe, sí, cuáles serán sus facultades: todas. O sea, sabemos que sus miembros (de paso, tampoco se sabe quiénes serán estos miembros) van a ser inmunes a demandas, no le van a responder a nadie en Puerto Rico y tendrán poder de veto sobre el presupuesto y las leyes que se aprueben aquí. Se sabe, también, cuál es su meta: presupuestos balanceados y planes fiscales a largo plazo.

El cómo van a ejercer tan grandes poderes es lo que no se sabe. Para qué lo van a usar tampoco se sabe. Ambas cosas pueden ser imaginadas. Y la imaginación, esto no tenemos ni que decirlo, es una criatura harto caprichosa, que puede provocar a la misma vez los más plácidos sueños o las más horrendas pesadillas.

Del boricua queda, pues, creer que la junta viene a terminar con todo abuso en el gobierno de modo que haya suficiente dinero para que no sea más necesario, por ejemplo, que los maestros tengan que comprar la tiza que usan en sus salones. O, por el contrario, que van a aplicarnos un tratamiento de shock que implique miles de despidos y austeridad a rajatabla y que acabe de dinamitar lo que queda de nuestra economía, con tal de que ningún bonista se quede sin cobrar cada centavo prestado.

Esperaban, algunos, antes de que el proyecto se hiciera público, que se le iban a incluir estrategias de desarrollo económico o una vía para resolver el problema del status. Fallaron el tiro, pero por 500 millas. No hay nada de eso, ni asomo de voluntad, por el momento, de que haya posibilidades de que puedan ocurrir ninguna de las dos cosas.

Creían otros que iba a propiciar un proceso para la reestructuración de la insostenible deuda. Lo hay, pero con unas condiciones tan y tan difíciles que pueden pasar años antes de que Juan y Pedro (bonistas y gobierno) sean autorizados a ir donde José (la corte) a que arbitre si de verdad no se puede pagar lo que se dice que no se puede pagar.

Y ese poco, incluso, es demasiado para una buena tajada de los republicanos del Congreso, que tienen el proyecto detenido a nivel de comisión porque ni ese poco están dispuestos a tolerar. Si por esos fuera, no es relajo, se morían los enfermos del Centro Médico por falta de oxígeno con tal de que se les pague todo a los acreedores y no se les haga llegar a otras jurisdicciones de Estados Unidos, también en problemas, la señal de que se puede ser fiscalmente irresponsable, porque puede que al final alguien se ablande y le dé la mano.

Aun con esas borrascas, da la impresión de que por lo menos tres cuartas partes del país quieren junta para ayer. Es como si creyeran que peor de lo que hay ahora nada puede haber.

Se comprende. Cuando se oyen noticias como esa de que la Comisión Estatal de Elecciones (CEE), que desde los comicios de 2012 se ha gastado $150 millones haciendo nada, anda mendigando una centavería para imprimir papeletas, o de alcaldes politiqueros e irresponsables en permanente déficit, pues, caramba, cualquiera pide junta y la imagina como más placentero le parezca.

Es que, de verdad, el país está hastiado y perdió toda fe en políticos.

La debacle de la clase política es total, la falta de fe absoluta, fenómeno que, por otro lado, se manifiesta de una manera bastante curiosa, porque todo indica que en noviembre votará por los mismos que nos llevaron a esto. Pero así es buena parte del país: quiere que todo cambie sin que cambie nada y le es preferible un salto al vacío que ponerle voluntad a resolver por sí mismo.

Se está buscando que con esto de la junta le pase como a Penélope, la de la canción de Joan Manuel Serrat, que se pasó la vida esperando en la estación de tren a un amor largamente añorado al que no reconoció cuando al fin llegó. “Mírame, soy tu amor, regresé”, dice el novio esperado. Penélope ve que “no era así su cara ni su piel”, le dice “tú no eres quien yo espero”, y se queda sentada en la estación, con el bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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