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El huracán Quiebra

Desde Georges en 1998, afortunadamente, no lo vivimos. Pero los puertorriqueños, sobre todo los mayores, recordamos muy bien lo que es un huracán partiéndonos por la mitad. Un puntito, por allá por las costas de África, al cual, al principio, pocos hacen caso. Su ruta inexorable después por la superficie del Atlántico, adquiriendo su fuerza bruta a través del calor del mar. Eventualmente se le bautiza y cuando está a dos o tres días de golpearnos con su caricia de vendaval, es que al fin reconocemos que existe.

El camino que ha tenido la quiebra del Estado Libre Asociado (ELA) en la conciencia del país tiene su parecido con el de un huracán. Un puntito allá en la distancia del que solo unos locos se daban cuenta y lo advertían. Las señales clarísimas después de que la quiebra era inevitable. Pero no es hasta ahora, en este momento sobrecogedor en que sentimos los primeros vientos, que algunos se dan cuenta de que esto de la crisis y la insolvencia es algo a lo que debíamos haber prestado atención, y actuado en consecuencia, hace mucho tiempo.

Es bien importante que el país entienda que hasta ahora solo hemos sentido el aliento de la crisis. Lo que estamos viviendo ahora, por supuesto, no es poco. Por Dios, hay niños de educación especial sin servicios, lo que puede tener en ellos efectos irreversibles; enfermos que tienen que esperar meses por las medicinas de las que dependen sus vidas y empleados de empresas privadas despedidos porque las compañías para las que trabajan no reciben los pagos que les adeuda el Gobierno, entre muchas otras dificultades.

La soga, como suele suceder, partiendo por lo más fino, por supuesto, porque no se sabe, por ejemplo, que al notorio Anaudi Hernández, o a los asesores que están desangrando a la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), se les haya retrasado alguna vez el pago de una factura. Pero no nos queda duda de que la crisis va en serio.

Lo que está en el panorama, sin embargo, puede ser todavía más grave.

Uno de los posibles escenarios es que antes del primero de junio no se logre ninguna legislación en el Congreso, ni acuerdo con bonistas, y el Gobierno tenga que incumplir con el pago de la deuda protegida por la Constitución de Puerto Rico. Una de las posibles consecuencias de un desenlace así es que los acreedores demandarían al Estado Libre Asociado (ELA) en los tribunales de Estados Unidos, la corte podría ordenar la incautación de las cuentas del Gobierno y un síndico administraría los fondos públicos de manera que, como dice la Constitución, se garantice el pago de la deuda sobre cualquier otra prioridad.

Ese sería un escenario de espanto que implicaría la interrupción de múltiples servicios esenciales y el despido de incontables empleados públicos y privados y el final, para todos los efectos, del concepto de gobierno propio en Puerto Rico.

Estas advertencias no son para que se asusten, son para que entiendan la gravedad del panorama, salgan de la zona de comodidad y se den cuenta, entre otras cosas, del papel patético que están haciendo la mayoría de los políticos bailando en tarimas alrededor de la isl, y entretenidos en peleas insignificantes, ellos y sus seguidores, mientras la tormenta se sigue fortaleciendo y sacudiendo cada vez con más fuerza los cimientos de la sociedad puertorriqueña.

Hay otros escenarios, cada uno con sus propias complicaciones.

Si se aprueba el proyecto de la junta de control fiscal también se va por la borda el concepto de gobierno propio y el país quedaría en manos de personajes de los que hasta ahora no sabemos nada, nombrados por el presidente de Estados Unidos, que no están obligados de ninguna manera a responder a los intereses de Puerto Rico, ni nosotros tendríamos ningún mecanismo para pedirles cuentas. Pero al menos ese proyecto contiene protecciones contra la voracidad de los acreedores, si es que estas protecciones sobreviven al trámite legislativo, claro está, pues son objeto de intenso cabildeo de parte de representantes de bonistas.

Otros escenarios parecen de momento material de literatura fantástica: un acuerdo voluntario con los bonistas que le quite de las espaldas al país parte de la descomunal deuda y le permita volver a levantar vuelo o un acuerdo de disciplina fiscal pactado entre todas las fuerzas políticas en Puerto Rico que le evite al país la humillación de ser puesto bajo tutelaje exterior.

La facultad para decretar una moratoria que la Legislatura aprobó esta semana también es material de literatura fantástica, pues no va a sobrevivir un solo asalto en los tribunales, ante los que será impugnado tan pronto sea puesta en vigor por el gobernador Alejandro García Padilla.

Esos son, a grandes rasgos, los atributos de la tormenta que se avecina y que hemos dejado que se nos lance encima sin haber hecho nada para evitarlo, a pesar de lo mucho que hace que sabíamos que el estado puertorriqueño, como lo conocemos, no era sostenible.

Los huracanes al final se van. Nos dejan al cabo de unas horas y emprenden su furia contra nuestra vecina La Española. El panorama que dejan –familias desamparadas, casas sin techo, postes caídos y carreteras bloqueadas– estremece la fibra hasta del más duro. Viene, después, la reconstrucción. La experiencia ha demostrado que aquí, en las épocas después de los huracanes, los puertorriqueños sabemos trabajar juntos.

Todavía nos falta lo peor del huracán quiebra. Pero pasará.

Procuremos extraerle las lecciones más profundas a este tiempo tan desgraciado. Veamos lo que nos trajo aquí y aprendamos la lección. Todos lo sabemos, aunque a algunos todavía les cueste reconocerlo, porque, como dijo una vez el escritor estadounidense Upton Sinclair, “es muy difícil para un hombre entender algo, cuando su salario depende de no entenderlo”.

Si aprendemos, y actuamos en consecuencia a lo aprendido, no todo lo vivido en este huracán será en vano.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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