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Carta abierta a un bebé

Naciste, lloraste, abriste los ojos, viste el mundo, ahí estaba lo que te tocaba. No lo elegiste, por supuesto. El que piense que se elige ser pobre, de verdad, no sabe lo que dice, y lamento decirte, amado, que hay demasiados en esa liga. El sitio en el que naciste y las circunstancias a las que fuiste arrojado, apréndelo tempranito, son el resultado de las milenarias dinámicas económicas, sociales, políticas e históricas que hacen que unos nazcan con todo, otros con poco y muchos con casi nada.

Reza, antes de nacer, si eso es posible, para que seas de los primeros, porque si estás en los otros dos, bendito, tu vida será un laberinto de carencias, discrimen y marginación. No solo es que naciste pobre y todo el furor que eso va a lanzar en tu contra. Es que te vas a encontrar con gente que, hasta el día en que mueras, dentro de mucho o dentro de poco, va a estar culpándote de ser pobre, a ti, mira qué cosa terrible, que nada podías hacer antes de ser persona, ni en lo que llegas a adulto, para evitarlo.

E incluso cuando llegues a adulto, si en el tránsito de la niñez y la adolescencia no se hizo nada contigo que te ayudara a romper la caja de pobreza dentro de la que naciste, no es mucho tampoco lo que podrás hacer, porque, y esto es lo que se niegan a comprender los que se burlan de ti, de la pobreza, si no es por el golpe de suerte que representa un billete de la lotería, el deporte o el arte, no se sale si no es a fuerza de las herramientas que dan la educación y las aperturas.

Te van a despreciar, a discriminar, a burlarse de ti, a culparte de que tu padre te haya engendrado y tu madre parido, a criticar cuando alguien intente algo para hacerte la vida menos dura, a aprovecharse de la desgracia de que eres un niño pobre para sentirse ellos mejor en el acojinamiento de sus privilegios.

Si por casualidad es en Puerto Rico donde naciste, mi hermanito, es muy probable que empiezas en este trance tan complicado que es la vida con una cadena amarrada al espíritu y con una pared del tamaño de una torre interponiéndose entre ti y tu futuro. Es que en Puerto Rico, dicen las estadísticas, siete de cada diez niños menores de cinco años son pobres.

Eso es un escándalo y debería avergonzarnos. Pero no nos avergüenza, lamentablemente, y lo que hacemos es cogerla con él y culparlo de que lo sea, porque mira que en este país se odia con encendida pasión al pobre. Incluso, hay pobres que se odian a sí mismos. Y hay hasta quien dice que aquí no hay pobres, que esos están en África y en las repúblicas bananeras, porque aquí el que más y el que menos tiene tenis, cable tv, celular y uñas arregladas.

Ah, si fuera tan fácil, lo que habría que hacer es escribirle una cartita a Ban Ki-moon, el de la ONU, y decirle que para erradicar la pobreza en el mundo lo que hay que hacer es repartir tenis, cable tv, celulares y uñas arregladas en África y en las repúblicas bananeras. Ya ves: los que piensan así no son pobres, y estudiaron en algunos de los mejores colegios y universidades, pero son parece que medio lelos. Como dicen por ahí, ellos entraron a la universidad pero la universidad no entró en ellos.

Malas noticias, pues: la pobreza es un fenómeno un chin más complejo que eso. Un niño pobre es un niño que no va a tener acceso a alimentación saludable, porque la comida barata es comida mala; ni educación de calidad porque las escuelas públicas en Puerto Rico, salvo raras excepciones, son un desastre; ni a servicios de salud óptimos, sobre todo mentales, que se los racionan; ni acceso a la cultura, que no se puede minimizar, porque es la cultura la que ocasionalmente muestra un atisbo hacia dimensiones distintas que hacen volar, soñar y, en consecuencia, avanzar.

La carencia de todo eso maniata, cierra vías, elimina oportunidades, impide avances. El niño que carece de todo eso vive en un ambiente opresivo y a menudo le es imposible imaginar siquiera que la vida puede ser diferente.

El niño pobre, por lo general, vive con una mujer sola, también pobre claro está, de poca o ninguna educación y que vive o sumergida en la arena movediza de la dependencia o bandeándose con trabajos mal pagos, que le dan apenas para compritas de comida enlatada. De hecho, un estudio del año pasado de la Escuela Graduada de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico reveló que el 88% de las madres solteras con niños menores de cinco años tienen a menudo que escoger entre comer entre ellas o sus hijos.

El niño pobre no puede viajar y aprender como el privilegiado. El niño pobre vive en comunidades peligrosas y violentas porque la pobreza, la falta de educación y la carencia de perspectivas en la vida a menudo llevan al crimen.

Algunos te dirán, claro, que la culpa no es tuya, pero sí del “irresponsable” que te engendró o te parió por la libre sin tener los medios para darte una vida digna. Lo que olvidan esos genios es que tus padres fueron una vez niños pobres como tú y también tuvieron alimentación, educación y servicios de salud deficientes, ni tuvieron acceso a perspectivas de vida ni recursos que les permitieran imaginar futuros alternos.

Fueron, en fin, víctimas de la opresión, la marginación y la asfixia con la vida que representan la pobreza. Hay quien, con mucha determinación, con el sentido de propósito de los héroes, puede romper el círculo infernal de la pobreza y hacerse de una mejor vida para sí y para los suyos. Pero son los menos. Si no me crees, cuando puedas ve por las universidades y pregunta cuántos vienen de ambientes de miseria material. Pregunta entre abogados, jueces, empresarios.

Apúnta esto: te sobrarán los dedos de la mano para contarlos.

La solución de los simples es culparte a ti de todo esto. Los que no somos simples sabemos que erradicar la pobreza puede que sea imposible, pero crear una sociedad en que a través de la educación, la salud y la cultura haya iguales oportunidades para todos de superarla no lo es. Nos toca convencer a los demás de eso. Por ti y por todos los que te siguen.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay, Facebook.com/TorresGotay)

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