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Las cosas por su nombre

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El temible señor tiempo

Mirar un calendario estos días en Puerto Rico es cosa de valientes, de locos o de temerarios. Cada hoja que se le arranca al almanaque, cada giro que da el planeta, nos vemos obligados a recordarlo. Podemos distraernos a ratos con otras cosas: una volátil candidatura a la gobernación; la apertura de un nuevo centro comercial que es como un espejismo de tiempos pasados; el chisme más reciente del artista de moda; una foto imprudente de un miembro de la Policía.

Pero en lo bajo, allá en lo más hondo de la conciencia, donde habitan, como bestias desperezándose, las fobias y las obsesiones, palpita la verdad que preferimos no ver, se acerca, inexorable, el desenlace: el país que como lo hemos conocido hasta ahora, o, mejor dicho, como nos hemos obstinado verlo, está a punto de acusar una profunda sacudida telúrica.

Nada será igual.

Dentro de los próximos dos o tres meses, es muy probable que el Gobierno tenga que tomar una decisión grave y drástica: o paga la deuda o los salarios de los empleados públicos y mantiene las agencias gubernamentales funcionando.

De aquí a junio, el Gobierno tiene que cumplir con su obligación constitucional de desembolsar $1,330 millones para el pago de deuda y simplemente no los tiene.

Así lo han reconocido la presidenta del Banco Gubernamental de Fomento (BGF), Melba Acosta; el secretario de Hacienda, Juan Zaragoza y el director de la Oficina de Gerencia y Presupuesto, Luis Cruz Batista.

No es la primera vez que esto pasa. De hecho, hace años que viene pasando igual. Para esta época, normalmente al Gobierno se le acaba el dinero que presupuestó para el año fiscal, que termina el 30 de junio. Solía resolver con un préstamo del BGF. Este año, no obstante, eso no es posible, pues el BGF tampoco tiene dinero para prestar. Fue secado de tanto exprimirlo para sostener a un estado que por décadas ha gastado mucho más de lo que tiene.

El gobernador Alejandro García Padilla y sus asesores tenían una idea para sortear la crisis de este año: aprobar un aumento al impuesto al petróleo conocido como la crudita, tomar un préstamo en Wall Street de $2,900 millones con los recaudos de la crudita como garantía y mantener el Estado a flote al menos durante un año más, durante el cual empezarían a llegar los recaudos adicionales que traería el Impuesto al Valor Agregado (IVA) de 16% que le ayudarían a sobrevivir de una u otra manera hasta las elecciones del 2016.

Pero la Legislatura, por razones buenas o malas, por motivos que solo con el paso del tiempo se verá si fueron adecuados o no, no le compró el plan al gobernador García Padilla.

Se tardó un mundo en aprobar la crudita, le pusieron mil condiciones que le aguaron mucho de su propósito principal y todavía es la hora que no se ha podido tomar el préstamo con el que Gobierno contaba para sobrevivir hasta el final de este año fiscal.

En este momento, dadas las degradaciones del crédito del país y la manera en que se han deteriorado la situación fiscal del Gobierno y la fama de Puerto Rico en el mercado de valores de Estados Unidos, pocos creen que se logre ese préstamo.

La Legislatura (ni el país, dicho sea de paso) tampoco le compró el IVA de 16% y en este momento Fortaleza y los legisladores están mirándose cara a cara, esperando a ver quién parpadea primero, a ver quién se sale con la suya y logra el modelo que cada cual considera mejor.

¿Qué va a pasar?

Nadie sabe con certeza porque es algo que nunca ha ocurrido. Pero todos los augurios son espantosos. Quizás cierra el Gobierno. Quizás no se paga la deuda. Quizás vienen recortes de gastos descomunales.
Cualquiera de los posibles desenlaces tendrá consecuencias catastróficas. Será como un terremoto que sacudirá los cimientos más profundos de la sociedad. Todos viviremos las consecuencias. Será peor que cualquier huracán que nos haya azotado, porque de esto no nos recuperamos en par de semanas, como suele suceder con los ciclones.

Esa es la tragedia nacional que se acerca con un tumulto como de tropel de caballos. Es la guerra avisada.

Estamos, en este momento, como un pueblo asediado que intenta seguir viviendo con normalidad mientras en las montañas que lo rodea, al amparo de la noche, se agrupan las tropas enemigas que, en el instante menos pensado, ejecutarán el asalto final.

Nos llega este desenlace en muy mal momento.

Nos sorprende con acreedores voraces que nos castigan hasta por hablar en voz alta de posibles salidas al problema. Nos sorprende añorando un plan de desarrollo económico sabiendo todo el que tiene los pies sobre la tierra que la condición de colonia nos obliga a depender de Washington para ello y allá no han demostrado hasta este momento que esto le importe demasiado.

Nos sorprende divididos, ensimismados, confundidos, sin mucho vínculo con la dura realidad que nos toca enfrentar.

Nos sorprende con un gobernador que no confía en el pueblo que lo eligió y no ha hecho ningún intento genuino por explicar con total claridad el verdadero panorama al que se asoma el país. Nos sorprende con un partido de gobierno dividido en mil pedazos cuyos líderes no confían los unos en los otros, tienen ideas radicalmente distintas de cómo enfrentar la amenaza y no logran ponerse de acuerdo prácticamente en nada.

Nos sorprende con una oposición que no reconoce ninguna cuota de responsabilidad en esta desgracia y que está esperando el desenlace con ojos lujuriosos, creyendo que le beneficia políticamente. Nos sorprende con un pueblo mayormente enajenado, que mantiene la demencial ilusión de que saldrá de esta encerrona sin sentir ni un poquito de dolor, ni sacrificar nada. Nos sorprende culpándonos unos a otros, reprochándonos, agarrando cada cual lo poco que le queda y tratando de mantener a raya a los demás.

El fogonazo del bombazo, cuando estalle, nos iluminará como el flash de una cámara y así quedaremos en la foto para la historia: mirando paralizados el fulgor de la explosión, mientras nos agarramos los unos a otros de las greñas. Ojalá y nuestros hijos encuentren el valor de perdonarnos.

(benjamin.torres@gfrmedia.com, Twitter.com/TorresGotay)

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