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La noche que Pacquiao me noqueó

 

Anoche al acostarme, poco antes de caer dormido y sumirme en un sueño muy raro en el que Maripily trataba de ahorcarme con un espagueti mojado, me dije que en el boxeo -como tal vez ocurre en otras facetas de la vida- todo tiende a ser relativo.
Es decir, lo que para unos es una gran pelea, para otros resulta ser un enfrentamiento pésimo, y así sucesivamente.
La razón por la que yo me hacía esos planteamientos filosóficos tan profundos era que acababa de ver la pelea entre Manny Pacquiao y Jessie Vargas, celebrada en Las Vegas, en el cual el veterano peleador filipino se apuntó una victoria por decisión para conquistar el título welter de la OMB, creo que el quincuagésimo noveno campeonato que gana en su extensa carrera.
Bueno, tengo que reconocer que la vi… parcialmente.
Durante los primeros asaltos, como todo buen analista boxístico, estuve pendiente hasta del más mínimo detalle de lo que tengo entendido que era una transmisión de ‘pay per view’, aunque hace años que no compro ninguna, por motivos religiosos, y prefiero cachetearle a los vecinos o amigos.

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Pacquiao ataca a Vargas.
Para demostrarles lo en serio que cojo estas cosas, hasta empecé a tomar apuntes.
Entre otras cosas, escribí que en los primeros asaltos, tal como ha sido su costumbre en los últimos tiempos, Pacquiao se mostró con gran energía y entusiasmo, persiguiendo y atacando a su rival, hasta el extremo de que en el segundo episodio le produjo una caída.
Pero mientras que el PacMan de hace 10 años hubiese seguido así toda la pelea, o si acaso hubiese ido intensificando poco a poco su infernal acoso con una insistencia tenaz e insoportable que a mí siempre me hacía pensar en una piraña rabiosa, el Manny Pacquiao que ahora tiene 37 años poco a poco fue cayendo en el ritmo más pausado que le ha llevado a no conseguir ni un solo nocaut desde 2009 y, en gran medida, cuando no lo han noqueado o no le han robado alguna pelea, a agenciarse aburridos triunfos por decisión.
Mientras veía la pelea, naturalmente, como el cronista boxístico insaciable que a veces soy, también me mantuve pendiente de lo que muchos otros cronistas y conocedores boxísticos iban escribiendo en sus ‘twits’ mientras también veían la pelea. Así, yo no tan solo tenía la oportunidad de ver a Pacquiao conectar un buen jab, sino que luego me deleitaba leyendo cinco o seis ‘twits’ en los que todos decían “buen jab de Pacquiao’, o “Pacquiao conecta un jab”.
Poco a poco, sin embargo, al igual que Pacquiao perdía agresividad sobre el ring, yo fui perdiendo resistencia.
Poco a poco, el esfuerzo de ver televisión, estar pendiente de mi ‘laptop’ para sorber todos los ‘twits’ y el ocasional alargamiento del brazo para agarrar otra galletita de soda untada de crema de cacahuates o enjuagar la lengua en el brebaje medicinal compuesto de vodka con coñac y vino tinto que me preparo cuando anticipo tener una noche complicada, fue minando incluso mis deseos de vivir.
Recuerdo, eso sí, un ‘twit’ de Dan Rafael, el famoso escritor de boxeo de ESPN.com, en el que afirmaba que aunque le había dado a Pacquiao todos los asaltos, excepto uno, había sido “una buena pelea”.
Supongo que sí, si por malas peleas uno solo entiende aquellos combates en el cual hacen papilla a uno de los peleadores en pocos segundos, o el dominio de uno de los gladiadores es tan amplio que el otro solo se dedica a correr y coger golpes.
Y esta sin duda no fue así: Vargas, más alto y 10 años más joven pero también más torpe y lento de manos, siempre trataba de pelear y muchas veces le conectó al zurdo filipino con una derecha larga que lanzaba sin preámbulo alguno, pero por desgracia no cargaba la pegada suficiente siquiera como para prenderle a Pacquiao la mecha de la preocupación.
Así, aunque era una pelea en la que los dos combatientes estaban tratando de conectar sus golpes, lo cierto es que se la pasaban fallando y fallando o conectando unos golpes tan sutiles que hacía falta ver la repetición en cámara lenta en múltiples ocasiones para comprobar que en efecto habían existido.
Y todos sabemos que este es el tipo de pelea monótona que más embota los sentidos, mucho más que las peleas malas y desiguales en la que uno anticipa que en cualquier momento se consume la ejecución, o, claro está, los grandes combates ‘a sangre y fuego’, como decía, creo, Wilfredo Gómez.
En fin, perdí noción de mí allá para el séptimo u octavo asalto. Lo próximo que recuerdo es estar viviendo el momento en el que están anunciando la decisión, y el revuelo que se formó en mi cuenta de ‘twitter’ cuando se anunció que, al contrario de los otros oficiales –que le dieron el triunfo a Pacquiao por amplio margen- , Dave Moretti solo le dio la pelea 114-113.
Lo cual quería decir que le anotó seis asaltos a cada uno y Pacquiao solo se llevó su tarjeta gracias al punto adicional obtenido por el ‘knockdown’ del segundo asalto.
¿Qué les puedo decir? Lamentablemente no vi esos últimos asaltos con la atención necesaria como para emitir una opinión al respecto, excepto para decir que no dudo que Moretti, al igual que yo, también se haya tomado su siestecita.

 

 

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y es el autor de San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad. Acaba de publicar su primera novela, El último kamikaze, ganadora del Premio Nacional de Novela del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
(ceuyoyi@hotmail.com).
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