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Drama dentro y fuera del ring

A veces, el verdadero drama del boxeo ocurre tanto sobre el ring, como fuera de él.

Esa  fue la historia de lo ocurrido el sábado pasado en el coliseo Héctor Solá Bezares, en la cartelera de Promociones Miguel Cotto que fue estelarizada por Diamante Verdejo.

Allí, una de las peleas estelares, José ‘Wonder Boy’  López, un muchacho de apenas 20 años de edad y con grandes aspiraciones, tuvo que resistir cuatro caídas en el primer asalto en un brutal encuentro con el mexicano Roberto Castañeda.

Además del castigo y el agotamiento, entre los sufrimientos que debió sobrevivir el invicto supergallo carolinense estuvo la angustia adicional de que uno de los médicos de la Comisión estuviera a punto de pararle la pelea por una cortadura.

Pero lo peor, lo que al parecer provocó que tuviera los ojos aguados cuando atendió a los periodistas en su camerino después del encuentro, fue el abucheo parcial del público cuando se anunció su victoria por decisión mayoritaria. Y los vítores que recibió el peleador azteca.

“Para él (Wonder Boy) fue fuerte”, admitió Gerardo Sánchez, Jr., su entrenador. “El público puede hacer lo que quiera y también hubo muchos que lo aplaudieron, pero después de todo ese esfuerzo que hizo en el gimnasio y en esta pelea, que su propia gente ahora viniera y lo abucheara…”.

Claro que esto no es raro: una de las características de la fanaticada puertorriqueña es reconocer la posible victoria de los visitantes, y eso le ha valido que muchos alaben su sapiencia boxística, así como su sentido de justicia.

Sin embargo, hay veces -como en esta ocasión- que uno desearía que la fanaticada reservara sus abucheos solamente para el fallo que favorece al local cuando este huye o no hace un esfuerzo por ganar.

En cambio, Wonder Boy (ahora 14-0 y 10 nocauts) casi dejó el pellejo sobre el cuadrilátero enfrentándose a un peleador que le duplicaba en experiencia (ahora 25-7-1 y 15 nocauts).

Como dijo Sénchez, Jr.: “No es justo”.

Pero Wonder Boy por lo menos tuvo la consolación de acreditarse una victoria: el ponceño Reggie Santiago, por otra parte, quien soñaba con un triunfo sobre un invicto para reencarrilar su vida y su carrera, solo se llevó en el bolsillo un nocaut en el mismo primer asalto.

Primo del otrora aspirante pluma Mario ‘El Príncipe’  Santiago, Reggie, quien tiene 32 años de edad, según sus propios cálculos ha pasado aproximadamente una tercera parte de su vida en la cárcel.

“Los últimos 10 años me la he pasado en la cárcel y en la calle”, dijo después de su derrota en el primer episodio ante el pluma barranquiteño Christopher ‘Pitufo’  Díaz, quien mejoró su marca a 6-0 con cuatro nocauts.

“Estuve en el vicio, ¿ves?”

Luego de cumplir tanto en Ponce como en Humacao, Reggie resolvió regresar al boxeo y ganó por nocaut las dos peleas que hizo el año pasado.

De esa manera, hubo de retomar la carrera profesional que había iniciado en 2003, cuando ganó una y perdió una en Pensilvania.

Antes fue un destacado peleador aficionado: “Hice 93 peleas, con 20 perdidas, y en 1998 gané la medalla de oro en una competencia que se llamaba el Festival Olímpico de Verano, en Brasil”.

Tal vez por contar con esa ventaja en experiencia, un confiado Reggie se robó la conferencia de prensa celebrada el miércoles pasado:

“Cuando yo estaba ganando la medalla de bronce en Brasil en 1998 tú todavía estabas en ‘pampers’ y vengo listo para noquear o que me noqueen”, le dijo a Pitufo Díaz, quien apenas tiene 19 años.

“Si tú eres Pitufo, yo soy Papá Pitufo”.

Al comenzar la pelea, Reggie se vio seguro sobre el ring y con buena técnica, incluso acosando a su rival. Sin embargo, este le derribó con un gancho al cuerpo a mediados del episodio.

“Yo me sentía cómodo y veía que me lo podía llevar”, dijo Reggie, “pero cuando me tumbó con ese golpe al cuerpo, me di cuenta de que él traía mejor condición que yo”.

“Es lógico: aparte de que en verdad yo soy un 122 libras, no un 126, yo cogí esta pelea de último momento. Por el dinero, para hablar claro”.

Aún así, Reggie se levantó y guapeó, incluso conectando par de buenos golpes. Pero Díaz volvió a derribarlo y el árbitro paró la pelea.

“Ahora voy a seguir entrenando para ponerme bien de verdad”, agregó Reggie, quien entrena en Juana Díaz. “Quizás volvamos a pelear algún día”.

Cuando le pregunté si tenía familia, me dijo que tenía dos hijos, con mujeres distintas.

“Para eso era el dinero, ¿viste?”

En fin, yo había hablado con Pitufo Díaz minutos antes y este me había dicho que se había molestado cuando en a conferencia de prensa Reggie le había dicho que él era Papá Pitufo.

“Me molesté porque a mi papá, que ahora está en el cielo, le decían así: Papá Pitufo”.

Se lo comenté a Reggie y este lució compungido.

“No lo sabía, caramba”, dijo. “Yo solo estaba tratando de vender la pelea, no decir lo mismo de siempre… tan aburrido”.

“Pero cuando lo vea le voy a pedir excusas”.

Algún tiempo después lo vi acercarse a Pitufo, quien veía el resto de la cartelera parado en una esquina con algunos amigos. 

Los dejé conversando como dos viejos amigos.

El autor formó parte de la redacción deportiva de El Nuevo Día de 1981 a 2008 y publicó recientemente su primer libro, San-Tito, sobre la carrera de Tito Trinidad.

(ceuyoyi@hotmail.com).

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