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Trump, Rusia y China

Durante toda su campaña presidencial, Donald Trump prometió que mejoraría las relaciones bilaterales con Rusia. Estoy convencido de que esa era su intensión genuina, bien fuera como un gesto de agradecimiento por el apoyo ruso a su candidatura, o por su convencimiento de que mejorar las relaciones con el país más extenso del mundo está dentro de los mejores intereses de los Estados Unidos. Independientemente de cuál fuera la razón, la idea no es descabellada y resulta más bien lógica. La promesa de Trump coincide con la opinión de muchos expertos de que Rusia podría ser un aliado fiable en varios frentes, como en la lucha contra el terrorismo internacional y, más importante aún, como freno a las pretensiones hegemónicas de China en Asia.

La estrategia de acercamiento de ambas potencias se encontró con la firme oposición de la clase política tradicional norteamericana, la cual todavía percibe a Rusia como el enemigo natural de los Estados Unidos. Para evitarlo, desde el primer día de la presidencia de Donald Trump, se elaboró la teoría conspirativa, en buena medida fundamentada aunque exagerada, de que la injerencia directa de Rusia en las elecciones presidenciales permitió la victoria del Partido Republicano.

El acoso y las acusaciones se expandieron por doquier y casi nadie del equipo de campaña de Trump quedó incólume. La desesperación y sensación de encerrona obligó a Trump a asumir un tono beligerante contra Rusia para demostrar el infundio del alegado contubernio de su administración con dicho país.

Donald Trump, con el solo objetivo de salvar su presidencia, cometió el error grave de fundir sus intereses personales y partidistas con los intereses nacionales de política exterior norteamericana, lo que sin duda acarreará consecuencias negativas para los intereses norteamericanos en el mundo.

Los continuos ataques despiadados de Trump contra Rusia en forma de sanciones y amenazas han lanzado a Rusia a refugiarse en los brazos de China y de otros países tradicionalmente enemigos de los Estados Unidos. Trump, sin preverlo o quererlo, ha logrado construir un fuerte bloque antinorteamericano. Increíblemente, muchos de los que no apoyaron a Trump y combatieron su aspiración presidencial están de plácemes y respiran aliviados, pues han garantizado que el papel de su eterno rival continuará. Han visto cómo su plan magistral se ha consumado poco a poco, y comienzan a ver en la inexperiencia, la ingenuidad y la impulsividad Trump al mejor garante de sus intereses. Para los enemigos de Trump, poco importa que el enemigo sea Rusia, Siria, Venezuela o Irán, dado que lo importante es que sea una amenaza inmediata y viva, que mantenga fortalecidos y prominentes ciertos intereses norteamericanos.

China es la amenaza verdadera a largo plazo para los Estados Unidos. Su vertiginoso crecimiento económico muy probablemente se materializará en un poderío militar equiparable al norteamericano, lo que le llevará a querer imponer su hegemonía e influencia en Asia. De consumarse las predicciones, Asia se convertirá en el principal escenario mundial en el cual los intereses norteamericanos se verán amenazados. Ya podemos ser testigos de un anticipo del “choque de titanes” en la guerra comercial que se avecina entre China y los Estados Unidos, y en la disputa territorial sobre el mar de la China meridional.

La manera más efectiva que tiene los Estados Unidos de enfrentar la amenaza china es consolidando una alianza con potencias regionales asiáticas que también verían sus intereses amenazados por las pretensiones chinas, tales como Rusia e India. Juntos podrían crear el núcleo macizo de un bloque que haga un contrapeso a China y así establecer un balance de intereses en el continente.

Los aliados norteamericanos tradicionales en Asia, Japón y Corea del Sur son conscientes de la amenaza china y que la forma de enfrentarla es junto a Rusia. Al constatar el sabotaje a esta posibilidad por parte de la administración Trump, ambos países han decidido no esperar por los Estado Unidos y tomar un mayor control de su destino. Japón ha iniciado su rearme y debate si debe adquirir armas nucleares, lo que inevitablemente propiciará una carrera armamentística. Corea del Sur, al margen de los Estados Unidos, ha realizado gestos sin precedente para acercarse a Corea de Norte y aliviar así la tensión.

Estamos ante un escenario que, a paso firme, se consolida de forma contraria a los intereses norteamericanos. Somos testigos de la consecuencia nefasta de fusionar intereses personales y partidistas con la política exterior norteamericana. Mientras Trump se empecine en alejar a un aliado tan conveniente como Rusia, podemos anticipar un mundo aún más inestable e incierto.

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