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El declive puertorriqueño

El sueño americano en Puerto Rico caducó, murió, ha quedado reducido a un esperpento. La tan sonada Isla del encanto del ayer, tildada de “milagro económico” y “vitrina de la democracia”, hoy no puede siquiera llamarse la mala caricatura de lo que pretendió ser. Hundida en la marginación del olvido y la irrelevancia, la Isla va rumbo a convertirse en un islote insignificante del Caribe. Deliberadamente aislada del mundo por los Estados Unidos (EEUU), sin voluntad para influir en nada ni en nadie, cada día resulta más difícil ser puertorriqueño en Puerto Rico.

Hace poco más de medio siglo Puerto Rico rebosaba de optimismo y confianza en sí mismo. Hoy, en cambio, predomina un raro y preocupante pesimismo sobre el futuro del País. La desmoralización y la parálisis tienen secuestrada la voluntad del pueblo. Parece que fuera en un tiempo antiquísimo que existió en la Isla un ambiente de optimismo respecto a nosotros mismos y nuestras capacidades para enfrentar los retos, sobre todo en lo relativo al desarrollo económico y social. Hoy, más que nunca, se hace evidente el contraste que existe entre el auge que viven nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños, y el pantano en el que se encuentran los puertorriqueños. Cuando todo tiempo pasado fue mejor, el presente y el futuro se perfilarán siempre como panoramas desoladores.

La historia de la relación entre Puerto Rico y los EEUU ha sido una de oportunidades perdidas en nombre de ilusiones insostenibles. El modelo económico colonial representa una seria amenaza a la supervivencia del País.

Por su condición de territorio no incorporado a los EEUU, Puerto Rico adolece de falta de poderes soberanos para enfrentar los retos y aprovechar las oportunidades que impone la globalización. Esta carencia de poderes impide que los puertorriqueños puedan atender la crisis financiera y económica propia e internacional, la emigración de profesionales que afecta su competitividad, el cambio climático, la dependencia de importación de energía y alimentos cada vez más caros y escasos, el narcotráfico y la criminalidad, la escasa productividad del País y su dependencia en las transferencias económicas de los EEUU.

Puerto Rico debe comenzar a ser el autor de su propia historia. O Puerto Rico adviene a la soberanía, o queda marginado a un papel cada vez más colonial y dependiente a los EEUU. ¿Qué hacer entonces ante esta encrucijada?

Pese a ello, pese a este estado catastrófico de las cosas que aquí describo, me alientan lo que percibo son los primeros y leves vientos que levantan la toma de consciencia de un pueblo, reconozco un desafío silencioso y un anhelo secreto por tomar nuestra soberanía. Pese a las dificultades y los escollos, el advenimiento de la soberanía para el País es deseable y es inevitable. Cuando la necesidad de sobrevivir y el mundo en el que vivimos nos lo exija, los puertorriqueños comprenderemos la importancia de los poderes soberanos y por qué todo el mundo los exige.

El problema colonial de Puerto Rico sólo se resolverá cuando norteamericanos y puertorriqueños asuman con naturalidad que sus visiones del mundo e intereses son distintos, mas no contrarios. Es hora ya de que esta verdad sea dicha, públicamente y sin miedo; es hora ya de dilucidar estas diferencias como adultos, es decir, de negociar como negocian las naciones.

Serán enormes las dificultades que deberán enfrentar los puertorriqueños para generar un sentido de alarma respecto al futuro del país. No obstante, conocer las debilidades propias y los impedimentos al desarrollo será fundamental para también conocer las acciones necesarias para mejorar y superarnos como nación.

Por lo pronto, resulta saludable que los puertorriqueños hablen de su fragmentación y crisis social, de la precariedad de la economía y de cómo el atractivo casi se ha esfumado. Reflexionar sobre la crisis puertorriqueña no acelerará el declive sino que ayudará a combatirlo.

El declive de Puerto Rico es real y tangible. Negarlo sería suicida. Mas no por ello debemos caer en ese abatimiento, antesala de la parálisis, que tan bien conocemos los puertorriqueños y que nos impide pensar en un futuro mejor. Debemos buscar, a través de la soberanía nacional, el verdadero poder político, que será el cáliz sagrado que dé vida al País. Debemos pensar en serio sobre Puerto Rico, su soberanía y las razones de su declive, colocando a un lado los clichés, el optimismo simplón y el pesimismo rayado. El futuro de Puerto Rico no está escrito, y deberá serlo por aquellos que tengan esta visión de país y de mañana.

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