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Besucón en serie

 

En el juego del amor, cuando uno está dispuesto a dar un ultimátum, tiene que estar dispuesto también a aceptar que lo echen de patitas a la calle.
Les hago este señalamiento sencillamente como antesala de lo que acaba de ocurrirle a mi amigo Norberto (nombre ficticio).
Aunque ustedes no conozcan a Norberto, de seguro estarán familiarizados con su tipo: Norberto es de esos hombres que son tan populares con las mujeres que, cuando llegan al trabajo temprano en la mañana, siempre tienen que saludar con un besito en la mejilla a cada una de las empleadas de la compañia, y, cuando terminan de hacerlo, ya es casi la hora del almuerzo.
Y luego de almorzar, casi tienen que ponerse a dar besitos de despedida antes de hacer la digestión completa, con tal de haber completado la gira antes de la cinco de la tarde.
Esto explica, tal vez, el apodo que sus compañeros de trabajo le adjudicaron hace ya años, posiblemente movidos un poco por los celos: ‘El besuqueiro’.
En fin, este es un estilo de vida que un hombre saludable y con un exceso de saliva en las encías puede dispararse con tranquildad mientras se encuentra soltero y sin compromiso.

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La cosa ‘cambea’, sin embargo, cuando un hombre de este tipo comete la gran equivocación de meterse en una relación ‘seria’ con alguna de sus amigas. Y peor aún cuando esta amiga resulta ser también su compañera de trabajo en el mismo enorme almacén tipo Sam’s Club o Cotsco en el que Norberto había cogido fama de ser un besucón en serie… algo así como una versión agrandada y desbocada de algunos de nuestros legisladores.
“Me suspendes eso de los besitos a todo el mundo”, fue la primera advertencia que esta amiga le hizo a Norberto una vez los dos acordaron entrar en la etapa del noviazgo.
En vano él protestó, en vano dijo que los besitos en el cachete tan sólo ejemplificaban su personalidad jovial y sociable.
“Todo eso está muy bien”, le replicó ella, “pero no. Tus besitos… para mí. Para las demás vas a tener que arreglártelas con decir ‘Buenos días’ y ‘ hasta luego’, como todo el mundo”.
A Norberto se le ocurrió preguntar: “Y si no lo hago, ¿qué?”
La respuesta de ella fue algo vaga, pero no por eso menos aterradora:
“O si no… atente a las consecuencias”.
A favor de Norberto tengo que decir que el tipo trató. Durante días mantuvo la bemba alejada de las mejillas ajenas, y sus saludos se circunscribían a torpes aleteos con la mano.

 
Pero en su rostro se veía cuán caótico era el debate que ardía en su fuero interno: a veces, como con movimientos reflejo o tics incontrolables, la boca se le expandía y comprimía sin razón alguna, como si exprimiera un chicle enorme.
Me imagino que era la reacción natural de una serie de músculos que durante mucho tiempo habían trabajado a tiempo extra y ahora no se acostumbraban a la inercia total.
Pasó lo que tenía que ocurrir: una tarde reciente, a la hora de salida, Norberto perdió todo el control y besuqueó a toda la que se le puso por el medio.
Tal fue su desenfreno, incluso, que en par de ocasiones estuvo a punto de besuquear a algunos miembros de su mismo sexo, que se alejaban espantados.
El momento culminante fue cuando llegó hasta donde estaba su novia.. Por unos instantes, Norberto se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Extendió una mano, como para hacer un saludo, pero enseguida volvió a bajarla. Luego, con suma timidez, empezó a acercar su boca a la mejilla de su amada .
Antes de que él supiera lo que estaba pasando, sin embargo, ella procedió a plantarle un beso en los labios con todos los ‘powers’.
Entonces le dijo: “¿Ves? Por besucón, esto es lo que te vas a estar perdiendo de ahora en adelante”’.
La muchacha dio media vuelta y se alejó. Hasta el día de hoy, jamás ha vuelto a dirigirle la palabra.
¿Moraleja? Más vale beso en boca que cientos volando.

romeomareo2@gmail.com

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