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Cuando el amor llega de golpe

 

Las puertas del ascensor empezaban a cerrarse cuando, de pronto, una voz de hombre gritó “¡aguántenla!”.
La muchacha que ya estaba dentro hizo lo que casi todo el mundo hace cuando está en esa situación: en vez de oprimir el botoncito de ‘stop’, ella alargó el brazo, confiando en que se activara el sensor especial que tienen hoy en día las puertas de los ascensores, y que éstas abrieran de nuevo.
Sin embargo, ocurrió algo inesperado: el brazo estirado, las puertas que se cerraban y la quijada apresurada del hombre llegaron todos o todas a un mismo tiempo y el resultado fue un golpe seco, seguido de un ruido parecido al que puede producirse en un colmado cuando alguien deja caer al suelo un saco grande repleto de papas o cebollas.
Lo próximo que Juanín vio fue el hermoso rostro femenino que bajaba hacia él, todo comprimido por un gesto de preocupación.
“¿Está bien? ¿Puede escucharme?”, le preguntaba ella una y otra vez. “Mire bien, ¿cuántos dedos le estoy mostrando?”
El miró bien. “¿Qué dedos?”, preguntó.
Ningún hombre hubiera podido conocer a una dama de una manera más impactante.
En fin, luego de una presentación de esa índole, era inevitable que Laura y Juanín empezaran a salir. Juanín no tardó en comprobar que Laura era una chica fuerte y vigorosa y que le gustaba poner en juego ambas cualidades lo más frecuentemente posible. Casi vivía en el gimnasio y, a menudo, los empleados tenían que implorarle que lo cogiera un poco más suave con las trotadoras, para que no acabara con ellas.

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Juanín, entretanto no escondía su antipatía por todo lo que oliera a músculos en movimiento. Desde hacía años, cada vez que llenaba un formulario y llegaba al apartado en el que se preguntaba si tenía un ‘hobby’, él se quedaba dudando si sería apropiado escribir: “Dormir”.
Por suerte, Laura no resultó ser una de esas mujeres que insisten en tener un novio a su imagen y semejanza, así que lo aceptó con todas sus virtudes y defectos. Aunque Juanín sospechaba que él tenía mucho más de lo segundo que de lo primero.
No habían pasado dos meses, pues, cuando él decidió que quería casarse con aquella muchacha.
Aunque tenía ya más de 40 años, Juanín no tan sólo había sido soltero toda su vida, sino que nunca había tenido planes de casarse, por lo que no tenía una idea muy clara de lo que procedía en esos casos. Fue por eso, tal vez, que hace poco, decidió consultar con un experto. O por lo menos con un hombre que ya se hubiera casado más de una vez y hubiese vivido para contarlo.
“¿Sabes qué?”, le dije cuando me abordó en el ‘pub’ que visito con cierta frecuencia, “tal vez en un caso como el tuyo convenga que le propongas matrimonio de una manera memorable. Una de esas maneras que una muchacha como tu Laura, quien según me cuentas es bastante activa, por lo menos quede paralizada por completo durante unos segundos: los suficientes como para que te permita esperar tranquilamente su respuesta”.

 
Eso fue todo lo que le dije: no quise darle instrucciones más precisas, porque preferí que él mismo empleara su creatividad en el asunto.
Lo que ocurrió después lo oí de su propia boca el día que fui a visitarlo al hospital.
El domingo, Juanín y ella fueron a la playa con unos amigos, como de costumbre, y ambos se tostaban al sol a media mañana cuando la tranquilidad marítima se vio interrumpida por el zumbido de una avionetita que zurcaba el límpido cielo azul de Isla Verde.
Como suele ocurrir con las avionetas de ese tipo, que arrastran tras de sí el letrero promocional de alguna cerveza o candidato político, ésta volvió a pasar una y otra vez, hasta que los amigos de la pareja se dieron cuenta del asunto y, a grito limpio, le pidieron a Laura, que dormitaba sobre la arena, que le echara un vistazo al mensaje.
Allí leyó: “Laura, ¿te quieres casar conmigo? Juanín”.
La reacción fue instantánea: Laura saltó encima de Juanín, le dio un beso en la mejilla y lo apretujó con todas sus fuerzas, fracturándole varias costillas y realineándole una que otra vértebra.
El anuncio de la fecha de la boda dependerá exactamente de cómo le siga yendo a Juanín en sus terapias.

romeomareo2@gmail.com

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