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Era tan cariñosa que rompí con ella

 

¿Qué es lo que provoca que uno de pronto deje de estar enamorado de la mujer que hasta hacía muy poco ocupaba el primer lugar del ‘hit parade’ de su corazón, o por lo menos de la lista de contactos de su celular?
Créanme que, a lo largo de mi carrera, he escuchado todo tipo de razones.
Están, naturalmente, las más comunes y prosaicas: la primera vez que uno la ve sin maquillaje, o el día que la vio malhumorada y con dolor de muela y uno se dio cuenta de que ella no era perfecta.
Un amigo mío me admitió una vez que había roto con su amada, una chica preciosa, después de verla a ella junto a su madre, cuando ambas estaban de compras en Plaza.
Retratada en la madre, según dijo, había visto lo que había tomado como un presagio de la imagen que su querida tendría dentro de unos 20 ó 30 años.

kisses
Yo mismito, para no ir más lejos, rompí de forma fulminante con una chica porque, sin ni siquiera consultarme, ésta había cambiado el mensaje grabado que uno escuchaba en su celular cuando ella era incapaz de atender la llamada:
Claro está, era uno de esos mensajes ‘ chistosos’ que siempre me han caído como una patada en las partes pudendas:
“Hola, te habla Susan. Ahora mismo no te puedo responder. Pero si eres un hombre soltero, rico y estás cansado de que te confundan con Brad Pitt, puedes dejarme tu teléfono y te aseguro que…”.
Pero les juro que jamás había escuchado algo parecido a lo que hace poco me contó un primo lejano llamado (ficticiamente, por supuesto) Rosendo.
De hecho, cuando me lo dijo, me sorprendí tanto que estuve a punto hasta de voltear el ‘Black Russian’ que el ‘bartender’, siempre servicial, me había tendido hacía unos momentos.
“A ver si te entiendo bien, Rosendo”, le dije lentamente y con voz muy clara: la forma en que uno suele hablarle a alguien de quien uno sospecha que acaban de prenderle el ‘switch’ de la locura.

 
“¿Me estás diciendo que rompiste con tu novia, Claire -esa muchacha que parece una ‘super model’- porque ella insistía en llamarte Puchungo?”
Puchungo -digo, Rosendo- asintió fúnebremente, con la mirada enterrada en su whisky en las rocas.
No era tanto que le molestara que su novia le llamara cariñosamente de esa manera, me dijo, sino que ella se lo soltaba a quemarropa, a cualquier momento y en cualquier lugar.
Un día, según parece, hubo de hacerlo en medio de una fiesta en la que se hallaban también varios compañeros de trabajo de él. Por supuesto, a la semana siguiente, ya todos le llamaban Puchungo en la oficina. Incluso la recepcionista, cuando daba un ‘page’ para anunciarle que tenía una llamada en su extensión, vociferaba: “Señor Puchungo, tiene llamada en la línea once”.
El se cansó de suplicarle a su novia que engavetara el apodo por un tiempo, pero ésta parecía creer que tenía un derecho inalienable a llamarle como ella quisiera.
“Al final no me quedó más remedio”, me dijo él. “Ya no soportaba más: o rompía con ella, o iba a tener que renunciar al trabajo”.
Al final, le di la razón: “Ni pienses en renunciar”, le dije. “Recuerda que la calle está durísima, Puchungo. Digo…”.
Me calcinó con la mirada.

 

 

La ñapa
¿Han leído últimamente algunos de los títulos que aparecen en esas revistas ‘para mujeres’ que uno ve mientras hace fila en el supermercado?
“Cómo quitarle el novio a tu mejor amiga”.
“Exhibe tus piernas… ¡todo el año!”
“Ser fiel… ¿vale la pena?”
Mi primera pregunta: ¿Qué tipo de mujer lee estas cosas?
La segunda: ¿Dónde puedo conocerla, lo antes posible?

Romeomareo2@gmail.com

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