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Prefiero ser vulnerable… si Dios es mi fortaleza

Prefiero ser vulnerable ante Dios y depender de su ayuda, que pretender ser autosuficiente y a la postre darme cuenta a la fuerza que mis recursos no eran suficientes.

Prefiero ser vulnerable delante de Dios y clamar a él, teniendo certeza de que me responderá, que ser vulnerable forzosamente ante las circunstancias que atraviesa el país, y perder toda esperanza de consuelo y socorro.

La Biblia dice en Mateo 5:3 que “Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece”.

Los pobres de espíritu no son personas que sufren de baja autoestima. Al contrario, son aquellos que han sido libres de la arrogancia espiritual, de creerse mejor que nadie. Pero son también aquellos que se reconocen dependientes de Dios.

Por eso, me agrada como la versión de la Biblia en inglés, The Message, presenta el mismo verso de Mateo 5:3, que traduzco a continuación, literalmente, para mejor comprensión de los que están leyendo este blog: “Eres bendecido cuando llegas al final de tu cuerda. Con menos de ti, hay más de Dios y de su orden”.

Para aplicarnos esto, se necesita humildad y renunciar a la arrogancia que muchas veces ha dominado en nosotros, queriendo hacer nuestra voluntad por encima de la de Dios.

Por, eso, como establecí al principio, prefiero ser vulnerable delante de Dios, clamar y esperar en él y en sus promesas, que ver como con mi propia sabiduría, fuerza, recursos y dinero, no puedo hacer mucho o nada.

Si todavía pretendes que todo lo puedes solucionar con tus propios recursos, debes saber que no son infinitos. Ya estamos viendo en este tiempo de crisis provocado por el huracán María, la necesidad que llega al punto de la desesperación, cuando vemos que ni siquiera los recursos que tenemos sirven para algo. Me refiero al dinero, entre otras cosas.

Los otros días, mientras me guarecía de un fuerte aguacero en una esquinita a las afueras de una institución bancaria, llegó una dama al área del cajero automatico (ATH). Ya me extrañaba que no hubiera nadie en fila. Luego de ella intentar sin éxito retirar dinero, la escuché decir, refiriéndose a las instituciones bancarias, “como manejan nuestro dinero a su antojo; los únicos 200 dólares que tengo, y no los puedo usar“.

Era una queja matizada por la desesperación. Un lamento cargado de ese sentimiento que aflora cuando comenzamos a perder la compostura y la paz, ante el oscuro panorama que amenaza a Puerto Rico.

Su queja se debía, según dijo, a que la institución bancaria había anunciado que mantendría operante su cajero ATH hasta las 7:00 de la noche, y cuando la dama arribó al lugar mucho más temprano, alrededor de las 4:00 de la tarde, no pudo hacer nada.

Al parecer se había agotado el dinero, pues en muchos bancos y cajeros ATH todavía las filas suelen ser más largas de lo normal en estos días.

El punto, con este ejemplo, es que aun nuestros recursos pueden ser inservibles, o vernos en la situación de no poder utilizarlos a pesar de su probada eficacia en el pasado. A ese extremo está llegando la crisis que vivimos, y más que nunca antes, debemos aprender a depender de Dios, más que de nuestras propias fuerzas y recursos.

No se trata de quedarse de brazos cruzados. Sino de hacer lo que está a nuestro alcance, pero sin desesperar, confiando no en lo que hacemos sino en lo que Dios hará conforme a su voluntad.

Lo que estoy presentando aquí no es un vano positivismo que para nada nos sirve. De eso hablaré en otra ocasión, porque el positivismo nada tiene que ver con fe ni con descansar y depender de Dios. El positivismo lo que hace es negar la realidad. La verdadera fe no niega la realidad. Sino que lleva a confiar que Dios ayudará a superarla o sobrellevarla.

Claro, no todos pueden comprender ni quieren aceptar esto como bueno. Prefieren seguir tirando palos a ciegas. La pregunta es, ¿qué sigue cuando todo lo que hiciste no sirvió de nada, o cuando tus recursos se agoten?

¿O qué haces cuando, por el contrario, tengas plenitud de recursos y amargamente te des cuenta de que no puedes hacer nada con ellos, ya sea porque hay escasez de bienes o porque no llegan a nuestra isla?

No quiero sonar fatalista. Pero acaso, ¿no es algo de eso lo que estamos experimentando desde el 20 de septiembre?

En esas circunstancias, y debería serlo siempre aun en nuestros mejores momentos, nuestra confianza debe estar cimentada en nuestro creador.

Ya muchos se habrán dado cuenta que la grave situación del país tras el paso del huracán, ha sacado a flote lo mejor de algunos, pero también lo peor de otros. Creo que no es necesario repetirlo aquí, pero por si alguien todavía no se ha enterado, ya se ha intervenido con personas desviando recursos para retenerlos para sí mismos, entre las ayudas que llegan al país.

Entre los implicados, un supuesto pastor o candidato a pastor que se quedó con unos generadores eléctricos. Digo supuesto, porque como dije antes, la crisis sacó a flote la verdadera realidad de muchos. La que algunos ocultan por mucho tiempo, pero que sale a luz cuando situaciones de presión atacan.

Esto me recuerda una lección bíblica que estudiaba hace poco en un grupo celular de mi iglesia. El autor del libro utilizado, expone en una de las lecciones que Dios muchas veces no necesariamente está interesado en cambiar nuestras circunstancias, sino nuestro corazón. Y es que como nos enseña la Biblia con toda sabiduría, pues es la Palabra de Dios, las malas intenciones y el pecado del hombre provienen de su corazón.

Por eso, hay circunstancias que exponen lo que verdaderamente hay en nosotros, oculto en nuestro corazón. Y esa debería ser ocasión, si fuéramos humildes, para arrepentirnos, pedir perdón a Dios y clamar que nos cambie. La realidad es que en muchos casos no nos conocemos a nosotros mismos. Y situaciones de presión pueden llevarnos a reaccionar de maneras que no sospechábamos. Pero ese debería ser el momento en que nos detengamos y podamos decir a Dios, “yo no quiero ser esa persona”.

Pero esas son palabras mayores. En lugar de eso, seguimos viendo al vecino que con tal de dormir placenteramente, procura solo su bien sin pensar en el prójimo. Y en lugar de prender su generador eléctrico para lo esencial, algunas unas horas al día, lo mantiene encendido toda la madrugada mientras usted, aparte del calor que no le dejaba dormir, ahora tiene el ruido en su contra.

También hemos visto lo peor que sale del corazón del hombre, en el egoísmo que reflejan aquellos que tras una fila de horas que muchos otros ciudadanos han hecho, quieren acaparar todos los productos para sí. Del otro lado, está el comerciante que se aprovecha de la necesidad para aumentar desmesuradamente el costo de los artículos.

Con razón el pastor de mi iglesia comentaba el otro día durante uno de nuestros servicios dominicales, que no hay verdadera transformación sin sufrimiento. Pues si es con esta crisis, y todavía hay tanta gente manifestando su egoísmo, qué me dirá usted qué sucede cuando todo marcha bien. Lo que suele suceder es que nadie se ve en necesidad de cambiar.

Muy cierto el pensamiento de C.S. Lewis que compartió una amistad por Facebook: “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos”.

Pero la crisis ha sacado lo mejor de otros. Eso habla del corazón de la persona también. Ejemplos de más hemos visto en nuestra cobertura como reporteros en la calle. Desde la dama que lo perdió todo en el huracán, pero aun así su corazón es movido a misericordia y compasión por otros, saliendo a servir como voluntaria en algún centro de ayuda.

O como el joven que conocí en el CDT de Las Piedras, que tras concluir uno de sus turnos de 12 horas un día después del paso de María, fue a ayudar al centro de manejo de emergencias del municipio recibiendo llamadas de personas que se comunicaban desesperadas para conocer la situación de comunidades y tratar de indagar si sus familiares estarían seguros.

En mi recorrido por algunos pueblos del Este la semana del huracán, pude palpar el desasosiego en la calle, de personas que por sus obligaciones no habían podido ver aún a sus seres queridos desde el paso de María por la isla. Llevaban algunos 48, 72 horas sin saber de ellos. Por momentos parecían derrumbarse, pero luego se secaban las lágrimas y continuaban la marcha.

No pasé trabajo en sentir empatía. A mí me tomó cinco días saber de mi familia de Ponce, tras un viaje de tres horas que por lo regular solo toma 1:15.

Sí, confieso que más de una vez desde el paso del huracán por nuestro terruño, yo también me he sentido desfallecer. En parte por las dificultades propias, pero mucho más por el dolor y la desesperación que veo en los rostros. También por las noticias de aquellos aislados con falta de alimento y agua. Al leer que algunos que vivían en lugares seguros, casi pierden la vida. Duele ver todo roto, inservible. Pero duele más que otros no se conduelan y continúen en su burbuja, procurando solo su bienestar propio.

Como me dijo en una entrevista el alcalde de San Lorenzo, José ‘Joe’ Román durante una visita a su ciudad: “Me aflijo no porque esté triste por la destrucción; me aflijo porque la gente no entiende lo que el país está viviendo”.

Por eso, prefiero ser vulnerable delante de Dios, y no porque no me quede más remedio. Sino porque he aprendido por su Palabra, que Dios nos llama a ser dependientes de Él. No es que Dios tenga un problema de ego. Es que como nuestro creador, solo él conoce lo que es mejor para nosotros. Y solo en él lo encontramos.

“Tú, Señor, eres mi porción y mi copa: eres tú quien ha afirmado mi suerte”. (Salmos 16:5)

“Cuando dije: ‘estoy a punto de caer’, tú, Señor, por tu bondad me sostuviste. Cuando me vi abrumado por la angusta, tú me brindaste consuelo y alegría”. (Salmos 94:18-19)

 

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