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Realidad que nos despierta a un gozo distinto

Los momentos de crisis o problemas, o en los que uno se siente triste y solo, sirven realmente para darnos una perspectiva de la realidad. Sobre todo si uno vive una vida dependiente de Dios.

Las preocupaciones, en ocasiones provocan, como decimos en el argot de la calle, que aterricemos o pongamos los pies en la tierra. Es como si, de vivir en una fantasía, de momento chocáramos con la realidad.

¿Cuántas veces no te ha ocurrido que logras desconectarte de esa realidad que te preocupa, gracias a alguna actividad de distracción? Ese puede ser un mecanismo de defensa, consciente o no, que en cierta manera puede ser positivo para no sobrecargarnos.

Pero el problema está si dependemos de ese elemento, pues no siempre lo tendremos al alcance. Llegará el momento en que ya no está. Es el mismo problema del que se refugia en el vicio. Si dependemos de ese elemento, ¿qué ocurre cuando se acaba esa distracción, o ese momento en que nos desconectamos? Muchas veces lo que ocurre es que el choque, o ese regreso a la realidad, nos trae tanta o mayor frustación que la que sentíamos antes.

Cuando todo va bien tendemos a llegar al punto de la fantasía, casi pretendiendo que todo tiene que ser así, sin dificultades en la vida. Ese es un problema porque cuando llega la primera dificultad, si nos hemos acostumbrado a esa fantasía, nos derrumbamos.

Sin embargo, cuando vivimos conscientes de esas situaciones reales de nuestra cotidianidad, como son los problemas, los inconvenientes, la toma de decisiones cruciales, etc, eso nos da una perspectiva más real de la vida. No es que aspiremos a vivir con dolor y con dificultades. Pero estar conscientes, nos hace ver la realidad de la vida, con sus luchas, con sus altibajos.

Es la manera de que, en vez de sumirnos más y centrarnos más en nosotros mismos, seamos movidos a mirar al lado si somos humildes, y reconocer los problemas que también están pasando otras personas. Y no solo eso, sino que debería ser el momento de pedir a Dios por ellos también, en lugar de centrarnos únicamente en nuestras necesidades y peticiones. Se trata de una compasión que nos mueva además a actuar.

Y también debería ser el momento para ser empáticos con el que sufre. Sufrir, en otras palabras, pienso que es saludable en el sentido de que nos hace más humanos y nos hace entender que, mientras todo nos iba bien, anduvimos ignorando por mucho tiempo el dolor ajeno. Pero ahora, al vivir en carne propia la dificultad y la crisis, podemos sentir la necesidad de esa mano amiga, anhelar esa llamada de alguien que nos consuele. Lo mejor de todo, nos puede llevar a acercarnos a Dios si hemos estado alejados.

La verdad es que Dios está presente en todo lugar, pero nosotros vivimos ignorándolo muchas veces. Andamos como si, a pesar de tener a alguien frente a nuestra vista, lo ignoráramos. Y la excusa no puede ser que no lo vemos. Porque lo irónico es que aun viendo a las personas de carne y hueso, les pasamos por el lado y las ignoramos, como también lo hacemos cuando andamos distraídos con nuestro teléfono, con nuestros afanes, o elevados en nuestro mundo de fantasía apartado de la realidad.

Pero esa crisis nos puede llevar a despertar. Despertar no solo de nuestro mundo enajenado y de la falsa ‘realidad’ en que nos escondemos, sino también de las falsas expectativas.

Sí, falsas expectativas. Porque aun si mi vida fuera perfecta y se solucionara esa situación que ahora tanto me preocupa, ¿qué después de eso? ¿Solo en eso se basa mi expectativa de vida? ¿Solo en mi bienestar?

¿No hay planes, no hay metas, no hay propósito alguno que me pueda impulsar y motivar a seguir caminando aunque los problemas se quieran meter de por medio?

¡Qué desesperanza si nuestra vida se ha tornado así! ¡Qué pretensioso y egoísta de nuestra parte! ¡Qué conformismo a la misma vez!

¿La vida se trata de que todo me vaya bien? Pero qué paradoja, porque para algunos su única expectativa es que pudieran tener dinero suficiente para saldar deudas y tener todo lo que necesitan, y cuando lo consiguen aparecen otros problemas, a veces más graves.

¡Qué gran diferencia cuando encontramos el verdadero propósito de nuestra vida! Estoy convencido que no es casualidad lo que he vivido en las últimas semanas y meses, y mucho menos es casualidad la manera en que Dios ordena que sucedan las cosas.

Esta reflexión sobre sentirme en ocasiones solo, agobiado por los problemas, estuvo seguida hace poco por un posterior repaso que hice de un material de estudio, sobre lo que nos enseña la Biblia acerca de que fuimos creados para dar gloria a Dios (Isaías 42:8; 43:7,21; Efesios 1:12).

En otras palabras, que nuestro mayor propósito en la vida debe ser glorificarlo. Eso no se limita a las palabras. Tiene que ver con todo lo que somos y hacemos.

Esos textos me llevaron a una segunda reflexión, que compartiré la semana que viene con ustedes, en torno a lo chocante que puede parecer en términos humanos el que Dios busque su propia gloria, pero en realidad lo que hace con esto, es por nuestro propio bien.

En el estudio al que hago referencia arriba (Teología Sistemática, Wayne Grudem), el autor establece que solo logramos glorificar a Dios cuando nos dedicamos a disfrutarle a Él. Y disfrutarle es conocerlo y deleitarse en su carácter, en sus atributos.

Con razón el salmista (Salmos 37:4) dijo “deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón”. En esas palabras hay sabiduría. Cuando aprendemos a descansar en Dios, a confiar en lo que él ha dicho, no solo hace provisión según su soberana voluntad, sino que también nos enseña a no poner nuestra mirada en las cosas materiales.

“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (Mateo 6:25)

Creo que este tiempo actual, no solo es bueno para poner nuestros pies sobre la tierra y enfrentarnos a la realidad. Huir solo nos traerá más ansiedad y frustración cuando, inevitablemente, volvamos a tropezarnos con ella.

El tiempo que estamos viviendo, es un buen momento para que, como dice 1 Pedro 5:7, “pongan todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes”.

“Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmos 73:26).

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