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Llena tu cabeza de… palabras de vida

La pelea con la depresión no es una batalla que se libre contra otra persona ni por la que se deba culpar a otros, aunque ciertamente otros pueden haber causado muchas de las heridas que al presente afectan a un individuo.

El recuerdo del maltrato, o de una pérdida traumática, o el paso por una prolongada enfermedad pueden ser situaciones que afecten la siquis y las emociones de la persona hasta quedar marcada por años o décadas. Pero más que los eventos físicos, las crisis que atacan a las emociones suelen ser las que mayor impacto causan en las personas. Por eso es que el maltrato, no solo el físico sino el verbal y sicológico, suele afectar más.

Si a esto le añadimos la realidad de que, aun sin pasar por ninguna de esas crisis, la mente suele ser atacada por pensamientos negativos casi a diario, cuando todo eso se combina se crea el escenario para que la persona decaida anímicamente.

No hay que ser un experto para saber que mientras nuestra mente sigue siendo bombardeada por estos pensamientos de derrota, de culpa y de condenación, nuestro espíritu y hasta nuestro cuerpo van a mermar.

Mientras seguimos recordando el pasado, la frustración de nuestras derrotas y todo lo que nos hayan podido hacer cuando nos hirieron, seguimos estancados en el mismo lugar: en el pasado. Automáticamente nuestra mente se convierte en nuestro peor enemigo, pues ante la más mínima oportunidad que se nos puede presentar para el progreso, para el cambio o para un nuevo comenzar, entonces dejamos que los pensamientos negativos torpedeen nuestras posibilidades de levantarnos.

Muchas veces la culpa o la condenación vienen porque cuando crecías, tal vez todo lo que recibías eran críticas cuando emprendías algún proyecto. Y sí, tal vez cometistes errores por los que debías ser disciplinado, pero lamentablemente quizás eso fue lo único que recibiste: regaños y condenación por tus fracasos. Quizás nunca hubo el balance del perdón, de la restauración, del afecto y de la compasión demostrados cuando alquien se equivoca pero recibe palabras y gestos de apoyo. La empatía que acompaña en el dolor y que a la vez te dice ‘ánimo, estoy contigo’.

Lamentablemete hemos estado llenando nuestra mente con todo ese tipo de recuerdos y otros pensamientos destructivos: ‘no puedo, no sirvo, soy malo, soy un fracaso, no tengo suficiente, no me creerán, no soy talentoso, soy torpe’.

Sí, tal vez fueron palabras o ideas que te inculcaron. En otros casos puede que hayan sido ideas que te hayas metido en la cabeza, o que alguien simplemente te gritó una vez y tú las creíste.

En ocasiones solo se trata de patrones que dicta la misma cultura o sociedad porque pensamos que no dimos el grado según lo que otros dicen.

Lo grave de la situación es que, así como las gomas de un auto pueden dañarse cuando las llenamos de más, y luego son sometidas a las condiciones extremas de la carretera, así también ocurre con nuestro espíritu, alma y cuerpo cuando constantemente estamos llenándolos de pensamientos que ya no debemos darle espacio en nuestra mente.

Todo lo que nuestra mente recibe afectará nuestro ser para bien o para mal. Si lo que recibimios es todo negativo, se notará tanto física como mentalmente.

Aunque parezca raro y difícil de creer, nosotros podemos sustituir los pensamientos negativos por otro tipo de pensamiento. Y no me estoy refiriendo meramente a llenarnos de pensamientos positivos o fantasías, que por un momento pueden levantarnos la moral, pero luego desinflarse como un globo cuando choquemos con la realidad.

A lo que me refiero es a llenar nuestra mente con palabras que produzcan vida. Palabras que generen cambios. No meras ideas que lo que hagan sea llevarnos a negar la realidad tangible a nuestro alrededor.

Proverbios 4:20-23 dice, “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”.

Si quieres verdaderamente vivir, deja que a tu mente solo entren pensamientos y palabra de vida, no de muerte. Pero esas palabras tienes que buscarlas tú.

Salmos 119:107: “Estoy profundamente afligido; Señor, vivifícame conforme a tu palabra”.

Hay filosofías que llevan a las personas a creer que con meramente repetirse para sí mismos algunas palabras positivas, y con grabarse pensamientos lindos en la mente, todo su entorno va a cambiar. Esas cosas pueden cambiar tu ánimo por un momento, pero al cabo de un tiempo te toparás de nuevo con que estás en la misma situación.

En cambio, cuando comienzas a sustituir los pensamientos negativos por palabra de Dios, por sus promesas y por la verdad que Él declara en su libro, lo que estaba muerto en su vida comienza a florecer, a vivir.

Y eso es así porque no se trata de una fórmula o unas palabras mágicas que repites y todo está hecho. No, no es así.

La Palabra de Dios trae vida a tu ser porque uno de los efectos que va a tener cuando la haces tuya y la crees, es que va a impulsarte a implementar cambios importantes en tu día a día. Son cambios no para quitarte, sino para añadirte.

Salmos 94:11-13: “El  Señor  conoce los pensamientos humanos, y sabe que son absurdos. Dichoso aquel a quien tú, Señor, corriges; aquel a quien instruyes en tu ley, para que enfrente tranquilo los días de aflicción mientras al impío se le cava una fosa”.

No conozco mucho del tema, pero las gomas del auto, cuando tienen aire de más, no solo van a dañarse con la fricción continua sobre el pavimento o al caer en hoyos, sino que harán que el manejo del vehículo se altere.

Igual ocurre con la vida de la persona que constantemente está castigándose a sí mismo al llenar su mente solo de pensamientos negativos y no dar espacio a palabras que edifiquen su vida y la reanimen. En esos casos, la persona tiene que comenzar a hacer como se nos recomienda hacer con las gomas del vehículo cuando las llenamos de más. Quitarles aire hasta llevarlas a la presión indicada.

“Desháganse de su vieja naturaleza pecaminosa y de su antigua manera de vivir, que está corrompida por la sensualidad y el engaño.  En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes” (Efesios 4:22-23).

En lo que respecta  a la mente, aunque no lo parezca, es como un ejercicio. En un acto consciente y continuo, tienes que comenzar a sustituir pensamientos negativos por palabra que no meramente te motive, sino que te rete a buscar una transformación.

Hay que aclarar, sin embargo, que a veces los pensamientos negativos pueden ser producto de malas decisiones o acciones, y hasta que no reconozcamos y confesemos a Dios nuestro pecado y nos arrepintamos de nuestro mal, no podremos sacar de nuestra mente esa presión de más.

Qué tremenda la manera en que el Salmos 32:1-5 lo expresa: “¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado! Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el Señor  les borró la culpa  de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia! Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano. Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: ‘Le confesaré mis rebeliones al Señor’, ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció”.

Repito que los pensamientos motivadores no son suficientes. Porque cuando venga un problema, toda esa emoción pasajera que sentiste, se va a desinflar como lo haría una goma que es perforada por un clavo o tornillo.

En cambio, una palabra con fundamento te lleva a tomar decisiones importantes que traerán un cambio de actitud y de proceder. Y como no es un simple acto de magia ni repentino, sino que es un proceso paulatino en el que conscientemente vas creciendo y madurando, cuando venga la tempestad no te hará caer porque ya estás firme.

Tiene que ser una palabra que te rete a cambiar y a salir de las cuatro paredes, del encierro mental, de la esclavitud emocional.

Y qué mejor noticia que saber ahora que en lugar de la cueva emocional en que estás apresado, hay un escondite que en lugar de aislarte de los demás y de deprimirte, te restaura y de devuelve la vida.

“Pues tú eres mi escondite; me proteges de las dificultades y me rodeas con canciones de victoria. El Señor  dice: Te guiaré por el mejor sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti”. (Salmos 32:7-8)

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